Se acerca el 2024 y las elecciones presidenciales. El tablero político se está moviendo, la oposición busca arrebatar la silla presidencial a la “transformación de México”. Por un lado, Ebrard batalla por subir en las encuestas mientras que Sheinbaum lucha por conservar la preferencia heredada que no ha sabido mantener. Por otro lado, el de todos los demás, Xóchitl se muestra como el antídoto y la antítesis de Morena y el PRI dio sus últimos latidos con el abandono de Chong y Ruiz Massieu de sus filas.
Los medios se enfocan en la carrera presidencial mientras que la violencia, el terror y la muerte atormentan a México. En su registro como candidato de Va Por México, Santiago Creel, con voz entrecortada y sollozos falaces, se lamentó por el futuro de la democracia en México y profesó el amor por su partido azul. Mientras tanto, México vive otra realidad.
En Toluca, los restos de un hombre descuartizado colgaban de un puente y, como posdata, la Familia Michoacana prometió arrebatar a un hijo de su familia. En Apodaca, los padres de un neonato fueron torturados y fusilados mientras que el bebé fue abandonado al pie de una iglesia. En Chiapas, el Obispo de San Cristóbal acusó un vacío de autoridad que permite balazos, muertes y crímenes impunes. ¿Qué hacer cuando Dios y el gobierno están ausentes?
Creel llorará por el INE y el PAN, el presidente se burlará de sus lágrimas, sí, panem et circenses. Pero ¿quién llora por los cuerpos diseminados que parecen y amanecen fríos por el sereno esperando a ser encontrados?, ¿quién llora por las amenazas pactadas a punta de pistola y el miedo que arrebatan el sueño de los mexicanos?, ¿quién llora por las mujeres violadas, asesinadas y desaparecidas de la faz de la tierra como si nunca hubieran existido?
¿Quién llora porque México huele a pólvora y solo escucha el tintineo del caer de los casquillos en el suelo rojo de sangre?