El caos y la violencia arremetieron contra Culiacán el jueves, 5 de enero, después de que las autoridades federales arrestaran a Ovidio Guzmán López, hijo del “Chapo” Guzmán y líder del Cártel de Sinaloa. Podríamos pensar que la guerra solo existe en países distantes o que es una usanza de siglos pasados, pero el nuevo Culiacanazo nos recordó que en México, la muerte está más cerca de lo que creemos.
El arresto de Guzmán fue una victoria del Gobierno sobre el crimen organizado y ocurrió en vísperas de la Cumbre de Líderes de América del Norte, donde AMLO se reuniría con sus homólogos de Estados Unidos y Canadá. Ante las sospechas que levantó el traslape de eventos, el canciller Ebrard afirmó que Guzmán no será extraditado a Estados Unidos hasta no responder a la justicia mexicana, pero a mí parecer la detención de uno de los “Chapitos” fue consecuencia de varios puntos.
En primer lugar, fue una demostración de la inteligencia y la capacidad de organización de las autoridades federales en temas de seguridad. En segundo lugar, Guzmán podría ser una moneda de cambio para negociar con Estados Unidos “la pandemia de armas” que equipa al crimen organizado en México. Finalmente, recordemos que, en el 2019, Ovidio Guzmán estuvo bajo custodia, pero el presidente ordenó su liberación para evitar un “baño de sangre”. Esta detención responde a una deuda política del Ejecutivo con el Ejército y con la población, el terror que coronó ese día demostró que con abrazos no se detienen los balazos.