La fortuna y el entorno juegan un papel decisivo en la política –aún más en un sistema democrático como el nuestro– y esta semana Marcelo Ebrard sintió el gran peso de una realidad partidista en la que él no tiene cabida. Muy bien lo decía Maquiavelo, los políticos deben saber leer los tiempos en los que viven y adaptarse o morir. El talento no basta para ganar el trono, pero el príncipe necesita tener la habilidad para interpretar el termómetro popular. Virtud y fortuna son un binomio necesario para el éxito político.
Por más talento, experiencia y esfuerzo que Ebrard mostró en el proceso interno para elegir al candidato presidencial de Morena, éstos le fueron insuficientes para alzarse con la victoria. En cambio, Sheinbaum, quien ha sido fuertemente criticada por su falta de carisma y ausencia de personalidad política propia, convenció a los encuestados de que es la mejor opción para continuar con la autodenominada cuarta transformación. Independientemente de si hubo o no vicios en el proceso, las encuestas publicadas en otros medios daban un triunfo similar a la ex Jefa de Gobierno.
Ante la derrota en el partido que lo ha arropado durante los últimos cinco años, Ebrard decidió pedir la reposición del proceso para luego romper filas, expresando que en Morena ya no tienen espacio para él y su equipo. Marcelo tiene una nueva oportunidad para agarrar las riendas de su destino. ¿Se acercará a Dante Delgado y MC? ¿Buscará liderar un nuevo movimiento de izquierda por medio de una nueva agrupación política? ¿Combatirá el proceso por medio de la justicia electoral? ¿Su animadversión por Sheinbaum será lo suficientemente grande como para unirse al Frente? El lunes tendremos más claridad. Pase lo que pase, no hay que subestimar a la diosa Fortuna.