La trivialización de la vida política y la degradación de la democracia estadounidense en una sociedad del espectáculo -concepto desarrollado por el filósofo francés Guy Debord- ya es una realidad. La capacidad de cierto sector de la ciudadanía estadounidense para distinguir entre lo real y la ficción se ha evaporado, y con ello su sentido de legalidad, justicia y verdad. Prueba de ello es el absurdo caso de Donald Trump, quien a pesar de estar siendo procesado penalmente por conspirar para revertir su derrota en las elecciones de 2020, lidera las encuestas para la nominación presidencial del Partido Republicano por más de 30 puntos porcentuales -Trump tiene un 47% de las preferencias seguido por Ron de Santis con un 13% de acuerdo con la encuesta de agosto de Reuters/Ipsos-.
Es increíble que, a pesar de que el mundo fue testigo de la turba enardecida que asaltó el Capitolio en Washington el 6 de enero de 2021 en defensa de Trump, el magnate y ex presidente logre convencer a una gran parte del electorado de que se trata de un golpe orquestado por un sistema de justicia viciado. Lamentablemente, en este contexto de extrema polarización y en donde pesa más el fanatismo que el pensamiento crítico, solo basta que el líder diga que se trata de fake news -noticias falsas o los infames “otros datos”- para ofuscar incondicionalmente a sus votantes en una niebla de confusión.
El proceso jurídico para resolver las cuatro acusaciones en contra del ex mandatario seguirá su curso, pero las encuestas y el termómetro mediático indican que su juicio hará crecer políticamente a Trump. Espero que los votantes estadounidenses, y en especial los republicanos en las primarias, recuerden las verdades evidentes de libertad y justicia proclamadas por los padres fundadores en la Declaración de Independencia y en su Constitución para defender su democracia.