México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos. Fue lo que expresó Porfirio Díaz en una cena con funcionarios del país vecino. No busco mostrar simpatía con el dictador, sin embargo; es muy cierto que la vida política mexicana, a nivel doméstico como internacional, se ve alterada por la influencia de los otros Estados Unidos, los de América del Norte.
Recientemente, la exembajadora Martha Bárcena ha acusado al canciller Marcelo Ebrard de “negociar en secreto” con la Administración del presidente Trump el programa “Quédate en México”. Con dicho protocolo, los funcionarios fronterizos estadounidenses obligan a esperar en México a solicitantes de asilo no mexicanos a que sus casos sean revisados por los tribunales de inmigración.
Ebrard ha declarado que la exembajadora se ha dedicado a calumniarlo y que su único objetivo es hacerle daño debido a un “rencor obsesivo”. Los comentarios del canciller rompen con la imagen diplomática, inteligente y templada con la que siempre se ha mostrado. Por su parte, el presidente López Obrador saltó en defensa del secretario diciendo que Bárcena se ubica en el “bloque conservador”, como acostumbra cuando algún personaje disiente ante el protocolo morenista y obradorista.
Vamos a ver. Tenemos que contextualizar la discusión. México, durante la presidencia de Trump, se vio muy limitado diplomáticamente. Resultaba imposible buscar cooperación y diálogo con el Ejecutivo estadounidense cuya férrea política migratoria fue llevada a cabo a base de amenazas y chantajes. “Por cada mes que pase sin que detengas a los migrantes en la frontera sur, México, aumentaré un 5% los aranceles” rezaba Estados Unidos rememorando su política de la zanahoria y el garrote.
Solo quedaba que México actuará de manera rápida. Así que, ante esta crisis, resulta normal que el canciller mismo tenga que negociar y apaciguar la relación con uno de los países más importantes para México. Ahora, la Ley del Servicio Exterior Mexicano dicta que el canciller responde ante el Ejecutivo, el cónsul general ante el canciller y que los embajadores responden al cónsul general. En efecto, en el SEM existen protocolos y procesos, Ebrard siempre respondió ante López Obrador, pero resulta fuera de lugar que una embajadora le pida explicaciones al canciller. El piso es parejo, pero hay niveles.
Ebrard es un personaje presidenciable y, en la carrera a la silla presidencial, no quiere que se mine ni su nombre ni su oficio. Ebrard quiere que se hable de él, de sus cualidades como próximo posible mandatario, pero no por sus discusiones entre colegas diplomáticos. Sin embargo, lo cortés no quita lo valiente.